La propaganda falangista prometía que en los preventorios -colonias infantiles- habría aire puro, alimentación y descanso para los hijos de los militantes republicanos. Sucedió todo lo contrario: los niños eran sometidos a torturas, humillaciones y golpes. Funcionaron entre 1946 y 1975, pero hace un año se empezaron a denunciar esas atrocidades. Ángela Fernández pasó por uno de ellos. “La forma de erradicar ese ‘gen rojo’ era apartar a los niños de sus familias para inocularles ‘la nueva España’”, dice.
Ángela Fernández llegó a Buenos Aires para declarar ante la jueza María Romilda Servini de Cubría en la causa por genocidio y crímenes de lesa humanidad cometidos en España entre el 17 de julio de 1936 y el 15 de junio de 1977. La psicoanalista de 61 años prestó testimonio el viernes en Comodoro Py por la muerte de su padre, Francisco Fernández, que contrajo tuberculosis en las trincheras mientras peleaba con los republicanos contra el asedio franquista sobre Madrid. La querella alcanza a la muerte de su tío Palmiro Fernández, militante del Partido Comunista de España. También denuncia su paso por el madrileño preventorio Doctor Murillo de Guadarrama, donde fue víctima de torturas. Su padre falleció en 1955 de tuberculosis. Ante la posibilidad de contagiarse, su madre pensó en enviarla a ella y a su hermano a un preventorio, institución de encierro creada para asistir a niños en riesgo de contraer esa enfermedad.
A cambio, la propaganda fascista prometía aire puro, alimentación de calidad, descanso, ejercicio y una vida saludable para los menores. “Le daban mucha publicidad al hecho de que atendían a niños en situación de pobreza y necesidad”, recuerda hoy ante Infojus Noticias. Por entonces, las condiciones habitacionales eran infrahumanas. “No había comida ni higiene, era difícil conseguir jabón y teníamos que vivir hacinados en casas pequeñas”, sostiene.
Los preventorios del franquismo funcionaron entre 1946 y 1975. Se repartieron por Cataluña, Madrid, León y Andalucía. Lo que pasó allí salió a la luz en España hace poco más de un año. Los que fueron enviados a esos lugares se encontraron en las redes sociales. Ante la consulta de Ángela y sus compañeras, la alcaldesa de Guadarrama las envió a averiguar a la Fiscalía, porque, dijo, había que cuidar la presunción de inocencia de las más de cien cuidadoras que vivían en el pueblo. El edificio funciona actualmente como una residencia de ancianos y es propiedad de la Guardia Civil. Doscientas mujeres dieron testimonio de su paso por ese preventorio. Sólo trece participan en la querella argentina. “Franco está muy vivo. En España, el franquismo es el que sigue dirigiendo el cotarro con la complicidad de los mal llamados partidos de izquierda”, sentencia la madrileña.
“Decían que nos iban a vacunar y que nos iban a dar el mejor tratamiento. ¿Qué madre se hubiera negado a esa posibilidad?”, se pregunta Ángela. El plan del franquismo, sin embargo, era otro. Buscaba eliminar todo atisbo del “gen rojo”, que según Vallejo Nájera, psiquiatra de la dictadura, portaban los hijos de los militantes republicanos. A la distancia, la psicoanalista señala que la forma de erradicar ese “gen rojo” era apartar a los niños de sus familias para inocularles “la nueva España”. La Iglesia, dice, estuvo presente en ese proceso con su moral. “Se suponía que las madres republicanas eran todas putas; los padres eran asesinos y delincuentes”, lanza la mujer.
De cara al sol
Hoy dos palabras retumban en su memoria. El día de la Virgen de la Merced, patrona de los presos, los niños podían visitar a los familiares detenidos en las cárceles del régimen. Las religiosas salían para acompañarlos hasta las fauces de la prisión. “Camino al patio central, aquella monja que me llevaba cogida de la mano me dijo que el familiar que tenía preso era escoria, que, por lo tanto, yo lo era también y que iba a ser escoria toda mi vida”, rememora. El cura que le hacía rezar el rosario en el preventorio decía que ella era basura.
A los 7 años su hermano fue enviado al preventorio de La Sabinosa, en Tarragona, Cataluña. Ella, en el preventorio Guadarrama, fue sometida a una disciplina militar. Una bofetada despertaba a las niñas cada mañana. Las menores no tenían espejo donde mirarse ni noción del tiempo, porque los relojes estaban prohibidos. “Cuando llevas días sin ver tu rostro y estás vestida de la misma manera que las otras niñas -advierte la mujer- pierdes el sentido de la identidad, te olvidas de cómo es tu cara, te ves en la cara de las otras niñas”. El reflejo de Ángela en el rostro de sus compañeras era su propio espanto.
Al llegar eran desnudadas frente a una pila de ropa. En la ducha les echaban un polvo blanco en la cabeza. Entonces empezaban los golpes, los gritos, los insultos. Por la mañana, en invierno o verano, debían formarse en el patio y cantar “Cara al sol”, el himno falangista. Si las manos no estaban alineadas perfectamente con la compañera de adelante, las celadoras repartían puñetazos y patadas con suecos de madera. En la sierra madrileña el frío calaba los huesos.
“A veces nos castigaban en ropa interior y descalzas en ese patio, sobre la nieve, incluso en plena noche”, reconstruye la mujer. Les daban un trozo de papel higiénico por la mañana que cada niña debía conservar todo el día para utilizar en dos ocasiones. En el baño les contaban hasta tres para hacer sus necesidades. Con la puerta abierta, eran privadas de toda intimidad.
“No podemos hacer un duelo”
Si una chica se orinaba en la cama, las “cuidadoras” organizaban un círculo a su alrededor con otras niñas. Ángela sostiene que sus compañeras de encierro recuerdan cómo insultaban a esa niña, no podían vivir con la culpa y tenían pesadillas. Otro castigo consistía en meter a las chicas en bañeras con agua fría, vestidas, o les sumergían la cabeza en las piletas. “Eran torturas que practicaban con adultos en las comisarías, en la Dirección General de Seguridad”, afirma la psicoanalista. En una ocasión, una niña que se preparaba para tomar la comunión tuvo una duda.
-Padre, ¿qué es una hostia?-, preguntó la interna.
-¡Esto es una hostia, lo otro es la Sagrada Forma!-, respondió el cura y le lanzó una bofetada que la hizo rodar por la escalera.
La niña quedó sorda por el golpe. El fascismo reclutaba jóvenes con penurias económicas para formarlas como celadoras. Otras provenían de orfanatos o reformatorios. La psicoanalista caracteriza a este grupo: “Habían vivido situaciones de violencia y no hay nada más fácil que repetir ese esquema. Alguien que ha sido torturado y puede tener un espacio de poder adopta muchas veces el rol del torturador”. Las “cuidadoras” tenían entre 15 y 20 años; las niñas entre 5 y 13. Las cartas eran censuradas; los familiares e internas eran rodeados por las celadoras durante las visitas.
Aunque las familias debían entregar un certificado médico para constatar la buena salud de los menores, muchos niños salieron enfermos de los preventorios. A diario les inyectaban sustancias y les administraban pastillas. Ángela no pudo probar bocado cuando dejó Guadarrama. Su vesícula se había inflamado. Estuvo a dieta estricta un año. Entonces estableció una relación negativa con la comida. Los gusanos flotaban en el caldo del guiso que almorzaba en el preventorio. Su terror era vomitar porque, si lo hacía, la obligaban a comerse su vómito. En Guadarrama hubo intentos de suicidios y al menos un abuso sexual por parte de un cura. “Aprovechando que formaba a una niña para la comunión, la obligó a practicarle una felatio. Después la acusó de ser responsable de ese acto porque era una guarra”, afirma Ángela. La niña tenía 9 años.
Ángela sale del hotel y cruza la calle. En el bar Británico otros querellantes conversan animados, ansiosos por declarar ante la jueza Servini de Cubría. La psicoanalista señala: “No podemos hacer un duelo de lo que nos pasó hasta que no tengamos justicia en nuestras manos. Es un derecho de cualquier ser humano”. Por último, Ángela rinde un homenaje especial: “Reivindico a las mujeres que defendieron la República, que han aguantado la dictadura, que han mantenido a sus hombres en las cárceles, que tuvieron que prostituirse para llevar comida a sus hijos, enfermaron, enloquecieron o se suicidaron”. Antes de despedirse, dice que viajó a Buenos Aires porque encontrarse con el apoyo del pueblo argentino representa un baño de dignidad. Vino a buscar una solidaridad que le niegan a ella y a sus compañeros en España.