Lo dijo el taxista que rescató a siete personas del edificio de Salta 2141. Infojus Noticias habló con él y con dos víctimas de la explosión: Anahí Salvatore, que vivía allí y se salvó de milagro, y Claudia Vaio, la madre de Santiago Laguía, que murió en el derrumbe.
Salta 2141. Explosión. Fuego. Escombros. Rescate. Víctimas. Tragedia. Estas palabras resumen el último mes en la ciudad de Rosario. Hoy, la cuadra donde se levantaban tres torres de un edificio, bordeada por un histórico boulevard de palmeras que lleva hacia las barrancas del río Paraná, se asemeja más a una gran obra en construcción que a la escena de una catástrofe. Los cascos amarillos y naranjas no son los de los bomberos intentando extraer vida de entre los escombros, sino los de los albañiles que trabajan para reconstruir la cuadra del macrocentro de Rosario donde, hace exactamente un mes, un escape de gas, la impericia y la negligencia en los controles daban inicio a lo impensable. La explosión duró un momento. La onda expansiva destruyó lo que encontró a su paso. 21 vidas quedaron bajo los escombros.
El taxista que escaló por los aires acondicionados
Mario Paiva. El taxista escaló piso por piso a través de los aparatos de aire acondicionado de la torre trasera del edificio.
El día de la tragedia, Mario Paiva (moreno, delgado, devoto) recorría a las 9.30 el macrocentro rosarino en busca de algún pasajero que hiciera la diferencia. Un ruido sordo le sacudió el taxi. “La gente salió a la calle y miró al cielo. Todos juntos. Es lo que más me quedó gravado”. Mario lo definió como un llamado divino. Llegó en su coche de alquiler al lugar de la tragedia luego de recorrer diez cuadras. Estacionó pero, a diferencia de otras personas, no se paralizó ni se detuvo a pensar qué pasaba. Desde el estacionamiento de un supermercado vio mujeres y niños que gritaban desde el edificio. A través de una escalera, ganó el techo del comercio y, desde allí, sin razonarlo demasiado, escaló piso por piso a través de los aparatos de aire acondicionado de la torre trasera del edificio. “A mí me enseñaron que un tornillo aguanta 80 kilos. Los aires tienen seis tornillos”. Así, el taxista se convirtió en uno de los primeros rescatistas de la tragedia de Salta 2141. Bajó a tierra a siete personas atrapadas en los pisos 3, 5 y 7 de la torre de atrás, entre ellos un niño, un bebé, una mujer embarazada y dos ancianas. Y a un perro.
“Yo te llamo para agradecerte. Quiero que nos encontremos para agradecerte”. Desde el altavoz del teléfono de Mario, el papá de Enzo, uno de los nenes que el taxista rescató de un departamento que ya no tenía paredes, se emociona al hablar con la persona que puso a resguardo a su familia. El 6 de agosto, él estaba de viaje y a la distancia se enteró de lo que pasaba en su casa. Desde ese día, la voz se le fue el cuerpo. La recuperó hace poco y decidió llamar al taxista para que tuviera las gracias de su boca.
“Hace un mes que no paro de llorar. Todo lo que me pasa me conmueve. Mi mujer quiere que vea un psicólogo. Yo no sé si quiero. Esto me cambió”. Es cierto. A medida que habla, los ojos se le nublan.
Mario nunca recibió entrenamiento. Nadie le pidió nada tampoco. Sólo reaccionó y ayudó. “Hace unos días me encontré con Norma, una mujer mayor que rescaté del séptimo piso. Cuando la estábamos bajando me dijo ‘tomá’, y me dio una radio, un rosario y unas pulseras. Era todo lo que se llevaba de su casa y me lo dio a mí, que no me conocía. Le dije que se quedara tranquila, que yo le cuidaba todo. El miércoles nos volvimos a ver por primera vez después de la tragedia. Le devolví todo, pero ella me regaló el rosario”, contó el taxista.
Paredes que desaparecen, silencio en los oídos
Anahí en la ventana de su casa, intentando llenar sus pulmones de aire. La imagen recorrió el mundo. (Foto: Andrés Macera)
El andar de Anahí Salvatore esconde sus heridas. A las 9.30, cuando Mario escuchó la explosión, ella estaba en su casa. Vivía en el departamento B del quinto piso de Salta 2141, en la torre del frente. Apenas se preparaba para salir con una amiga que iba a pasarla a buscar y que corría con retraso cuando algo inexplicable le llenó de sonido y silencio los oídos. Se encontró a sí misma entre sentada y acostada, en una casa polvorienta y sin paredes. Sucedió en un momento tan imperceptible como inolvidable. Buscó aire, que era lo que más le faltaba. Intentó hallarlo en el fondo de su departamento, de donde la pared que separaba su casa del vacío había desaparecido, al igual que la torre que se levantaba junto a la suya. Fue hasta una ventana que daba a la calle y, desde allí, vio brotar las llamas desde el tercer piso. Respiró, pidió ayuda y agua a los gritos. Lo único que la calmó fue ver a su marido en la vereda. Él estaba volviendo a su casa, pero se demoró cinco minutos.
La imagen de Anahí en la ventana de su casa, intentando llenar sus pulmones de aire, recorrió el país y hasta el mundo. Siempre estuvo consciente y siguió al pie de la letra las instrucciones que le daban los rescatistas que buscaban un lugar para sacarla del infierno. Contusiones en la cabeza, cortes en las piernas, daño en los tímpanos e intoxicación con monóxido de carbono fue parte del cuadro que llevó a Anahí estar internada dos días en terapia intensiva y otros dos en sala común en el Sanatorio Parque, a unas pocas cuadras de la que hasta ese momento fue su casa. Fue una de las víctimas que recibió la visita de la presidenta.
El destino de Anahí indicaba que, por estos días, ella y Daniel, su marido, iban a estar recorriendo Cuba. Están cumpliendo este mes una nueva década en sus vidas: él, con 60 recién cumplidos; ella a punto de alcanzar la mitad de siglo. El festejo programado era un viaje a esa isla del Caribe, para el cual ya tenían los tickets de avión comprados. Quizá por eso, entre los pocos papeles que Anahí recolectó antes de ser rescatada y metió en su cartera, estaban los pasaportes que les permitirían salir del país. El viaje se canceló. Daniel cumplió los años en un departamento en el que, por ahora, viven de prestado. “Los subsidios nos ayudaron porque todo lo que teníamos se perdió en un segundo y no hay nada”, dice Anahí, quien al igual que Daniel se muestra preocupada por lo que les prepara el futuro. “Se habla de créditos. A mí no me sirve ningún crédito. Yo lo que tenía ya lo tenía pago y no lo voy a volver a pagar. Si la solución y la ayuda es un crédito, el Estado sigue estando ausente. Estuvo ausente para controlar y sigue estando ausente. Teníamos algo que era nuestro, pagado, sin deudas, algo importante que lo pudimos hacer con muchos años de sacrificio, de dejar cosas de lado para poder tener lo que teníamos. Y yo no lo voy a volver a comprar. Y menos con un crédito, porque hay una cadena de responsabilidades y los que son responsables tendrán que pagarlo”.
Dos semanas después de la explosión, Anahí y Daniel volvieron a lo que queda del edificio en el que vivieron siete años. “Se decía que no íbamos a poder subir nosotros, que iban a subir los rescatistas, pero después se pudo subir. Fue muy positivo y muy triste. Yo siempre digo que nosotros fuimos de los más favorecidos en todo lo que pasó. Fue muy duro entrar y ver lo que quedó”.
“Yo tenía una película que ya había vivido muy fresca en la cabeza. Sabía las cosas que me quería llevar y dónde estaban. Tenía la intriga de si íbamos a poder sacar algo del dormitorio, que quedó atapialado por escombros. Sabía que muchas cosas estaban intactas. Las había visto”. Para Anahí, volver a su casa y ver la destrucción fue una situación terrible. “Repito: yo fui una favorecida, porque hay gente que no pudo recuperar nada. Hay gente a la que le faltan los hijos, los padres”.
Una vuelta a la manzana para buscar a Santi
Claudia contó el momento en el que se encontró cara a cara con la tragedia: la muerte de su hijo Santiago.
21. Ese es el número de vidas que se cobraron el gas, el fuego, los escombros. Al principio, en medio del caos, la lista de personas “desaparecidas” era más larga. Luego de las primeras horas, muchos de los que no estaban comenzaron a figurar entre los internados. El listado se redujo a 21 rostros que por seis días fueron buscados por los rescatistas. La denominación cambió: ya no se hablaba de “desaparecidos”, sino de “ausentes”.
A medida que los cuerpos sin vida iban apareciendo y siendo identificados, las esperanzas eran menos. Pero alguien, un rescatista tal vez, dijo que había tenido contacto con una de las personas buscadas: Santiago Laguía, de 25 años, nacido en Pergamino y llegado a Rosario con el sueño de convertirse en médico. Rosario comenzó a buscar a Santiago. Los seis días que se extendieron las tareas de rescate se convocaba a “dar una vuelta a la manzana para buscar a Santi”. Por la calle, los transeúntes se escrutaban los rostros unos a otros con la esperanza de encontrarse con la cara del estudiante en un desconocido. Surgieron algunos datos desacertados que movilizaron incluso a la Policía. Pero Santiago no fue hallado con vida. Su cuerpo fue el último en ser rescatado. Estaba con otra vecina que también estaba “ausente”: Luisina Contribunale (33).
“Mi hija pudo subir al departamento de Santi. Queríamos recuperar algunas de sus cosas. Fotos, la bandera de Independiente que tenía colgada de una repisa. Lo único que pudimos llevarnos fue una mochila y su guardapolvo que estaba lavadito y planchadito, con su libreta de la facultad. Él rendía ese jueves una de las últimas materias”, contó Claudia Vaio, la mamá de Santiago Laguía.
Sentada en un bar a metros de donde vivía su hijo, Claudia vuelve a contar, como ya lo hizo mil veces, el momento en el que se encontró cara a cara con la tragedia. “Llegué y cuando miré vi que faltaba la torre del medio y se veía el departamento de Santi”, recuerda, mientras señala con el dedo. “¿Ves ahí? Es en el octavo, en la torre de atrás. Se ve clarito. De ese piso es el único que tiene pared. De la ventanita de arriba, dos para abajo. Adentro no quedó nada. Ni puertas, ni paredes, ni nada”.
Claudia llegó hoy a Rosario junto a su hija. La convocó la marcha de velas y silencio que ella y otros familiares de víctimas organizaron para las 20. Partirá de la esquina del edificio de Salta 2141 y se encaminará hasta las oficinas de Litoral Gas, en el microcentro Rosario, a cuadras del Monumento a la Bandera.