A Elías Osuna, de 19 años, lo asesinaron de un tiro en la madrugada de Navidad. “Andate, que este es nuestro territorio”, le dijeron. También hirieron a un amigo. Elías era hermano de Facundo: su declaración, antes de que lo mataran en 2012, fue fundamental para el esclarecimiento del asesinato de Jeremías Trasante, Claudio Suárez y Adrián Rodríguez.
Elías Osuna tenía 19 años. La madrugada del 25 de diciembre fue en moto con su amigo Omar hasta un quiosco de Balcarce y Biedma, a dos cuadras de su casa, en Rosario. Un ritual que los pibes repiten en las barriadas populares: tomar algo en el quiosco a la madrugada. Pero cuatro jóvenes se acercaron y los echaron a balazos. “Andate, que este es nuestro territorio”, le dijeron. Uno de los agresores sacó un arma y le disparó a Elías en el cuello y a Omar por la espalda. Los pibes se subieron a la moto, y alcanzaron a hacer unas cuadras hasta que se cruzaron con dos móviles policiales. Omar fue llevado al Heca, Elías murió en el camino. Su compañero está fuera de peligro y la fiscalía afirma que los agresores están identificados.
Elías fue el tercero de cinco hermanos que conforman una familia marcada por la tragedia. El mayor de los Osuna fue Facundo, asesinado a balazos en julio de 2012 en el mismo barrio. Su nombre resonó fuerte en los últimos meses en los pasillos de Tribunales, ya que una balacera de la que fue víctima el 29 de diciembre de 2011 fue la primera de una cadena de ataques a balazos que terminó en el triple crimen de Villa Moreno.
La declaración de Facundo en Tribunales, antes de que lo asesinaran, fue fundamental para el esclarecimiento del asesinato de Jeremías Trasante, Claudio Suárez y Adrián Rodríguez. Hace menos de un mes Sergio “Quemado” Rodríguez, Daniel Delgado y Brian Sprio fueron condenados a más de 30 años de cárcel y Mauricio Palavecino a 24 por el homicidio de los tres pibes. Una puja entre bandas que sembró la muerte en Villa Moreno, un barrio tranquilo de Rosario donde se distingue en la actualidad por la fuerte presencia de Gendarmería y el trabajo social del Movimiento 26 de junio.
Los Osuna viven desde siempre en un pasillo ubicado en Dorrego al 4000. Un patio lleno de flores anuncia primero la casa de su abuela, que es la encargada de cuidarlas. En la parte trasera vive Claudia y sus hijos. En una casa humilde, pero impecable donde nada está fuera de lugar. En lo más alto del aparador, la foto de Facundo con los colores de Newel’s y unas flores que no permiten olvidarlo. Claudia trabaja todo el día como empleada doméstica. Su hija Bárbara tiene 22 años y es madre de dos niños. También está Camila, que tiene 16, y dejó la escuela después del asesinato de Facundo, y Jesús de 6 años, quien vivía con mucho dolor la muerte de su hermano mayor. Claudia estuvo casada con el padre de sus cinco hijos hasta hace cuatro años y nunca más formó pareja. “Desde que mataron a Facundo, tengo terror de que mis hijos salgan a la calle”, sostenía Claudia.
La primera balacera
Si la Justicia o la Policía hubiesen intervenido en el primer ataque del que fue víctima Facundo Osuna, quizás no hubiese habido triple crimen. El 29 de diciembre de 2011 Facundo fue baleado desde un auto en el pasillo de su casa. Facundo declaró que vio a los agresores bajar de un Renault Kangoo en Dorrego al 4000. "Maximiliano Rodríguez y Jeta (Gerardo Mansilla, que era menor) se bajaron armados. Corrí hasta el pasillo de mi casa y me caí. Me cubrí la cabeza y cuando me di vuelta lo vi a Maxi disparándome", había declarado. Según se indicó durante la investigación, el ataque pudo estar motivado en una "cuestión de polleras".
Ese día la abuela de Facundo le mostró a la Policía la cantidad de vainas servidas que había en el pasillo. “Tirelas señora, no sirven para nada”. La Justicia consideró que los 17 disparos que descargaron sobre Facundo no fueron un intento de homicidio y bajaron la calificación a lesiones leves.
El 1 de enero de 2012, Maximiliano Rodríguez fue baleado y su padre, utilizando la misma gente que baleó a Facundo y a Daniel Delgado cometió el Triple Crimen de Villa Moreno. Pero el caso de Facundo recién tomó relevancia después del triple homicidio, cuando el pibe con muletas declaró muerto de miedo. Cuando las heridas en sus piernas ya habían cerrado y había comenzado un rescate de la mano de su tío que es pastor evangélico, lo asesinaron a unas cuadras de su casa, que seguía con la custodia en la puerta.
El Tibu
A Elías Osuna le decían El Tibu. “Era un pibe muy mandado”, recuerdan en el barrio. Y aseguran que había quedado rengo luego de disparar a un patrullero que estaba estacionado. “Se ve que estaban pasados y pasaron y balearon el patrullero. Le pegaron tanto que terminó muy mal de una pierna”, sostiene un vecino del barrio. Algunos militantes barriales aseguran que el Tibu se había rescatado, que estaba tranquilo y loe veían caminar por la canchita, buscando la pelota.
Pero en los barrios los pibes mueren. Cuando se involucran en el delito, cuando ya no lo hacen, cuando se rescatan. Mueren con un patrullero en la puerta, o tomando una cerveza en un quiosco. Son parte de los más de 200 pibes fallecidos con los que termina el año, una fatalidad que sólo se atribuye al narcotráfico y que a nadie parece importarle.