Eduardo Bustamante tiene la pierna enyesada porque recibió dos balazos. En su pecho tiene alojada la bala que mató a Javier Rodríguez, su amigo de la infancia. Fue durante los saqueos. Hoy declaró ante la Policía Judicial: lo amedrentaron pero ratificó que el disparo que mató a Javier provino de la policía. “Ningún vecino tiene esas armas y esa puntería”, dijo.
Eduardo Bustamante camina despacio, con dificultad. Tiene una pierna enyesada en la que recibió dos balazos. Está convencido de que la bala 9 mm que tiene alojada en el pecho es la misma que antes atravesó y mató a Javier Rodríguez, su amigo de la infancia, la noche del martes, durante la oleada de violencia y saqueos que se desató a raíz del acuartelamiento de la policía de Córdoba. Horas después de declarar en la causa, Eduardo, testigo clave y víctima, volvió a la escena del crimen con Infojus Noticias, en el barrio Deán Funes de la capital provincial. Rengueando y apoyándose en sus muletas, el joven reconstruyó los hechos y ratificó su acusación: la bala que mató a su amigo la disparó la policía.
La causa, caratulada como homicidio calificado por uso de arma de fuego y lesiones gravísimas, está bajo secreto de sumario. “Por ahora no hay aprehendidos”, dijo a Infojus Noticias la fiscal de Turno 1 del Distrito 2, Adriana Abad, a cargo del expediente. El miércoles, al día siguiente de los hechos, declararon el padre y el hermano de Javier Rodríguez y un vecino. Hoy fue el turno de Eduardo. Lo hizo después de pasar toda la mañana en el Hospital San Roque, donde le hicieron varias placas radiográficas en la pierna y en el tórax y le revisaron las heridas. “Nos dijeron que las balas que tiene alojadas no se las van a sacar”, explicó su madre.
Rengueando y apoyándose en sus muletas, el joven reconstruyó los hechos ante Infojus Noticias.
En la sede de la Policía Judicial, en la Jefatura de Policía de Córdoba, Eduardo estuvo varias horas declarando: en calidad de testigo, según le informaron. Ningún funcionario judicial estuvo presente en el acto. Durante la testimonial, varios policías de civil entraban y salían de la habitación. Uno de ellos se le puso frente a frente y le dijo: “Vos y yo sabemos que no fue la policía”. Otro entró, tiró un bolso en la mesa, frente a Eduardo y su madre y gritó: “Habría que haberlos matado a todos o dejarlos paralíticos para que no puedan ni moverse”.
Algunas horas después, con un sol ardiente sobre su cabeza, el joven volvió la escena del crimen. “Nosotros entramos por allá”. Eduardo señaló la abertura entre el alambrado, de un metro de ancho, que une el descampado con la calle. Unos 150 metros más acá, doblando la esquina, el martes a la noche, cientos de personas saquearon el supermercado. La cuadra era un ir y venir de gente cargando heladeras, changuitos repletos de comida, electrodomésticos y hasta una caja fuerte. Él manejaba la moto Apia. Atrás iba su amigo de la infancia, un año menor que él y vecino -a solo dos casas de distancia- del barrio Ciudad Evita.
Hoy todavía era posible ver los casquillos de bala que se usaron la noche del martes.
Los jóvenes avanzaron treinta o cuarenta metros. “Empezamos a escuchar los disparos. Salieron los policías de la esquina y vimos que disparaban para acá”. Eduardo se apuró a maniobrar, mientras veía a cinco hombres vestidos de azul empuñar armas de grueso calibre y apuntar hacia donde estaban ellos. Una vecina de la cuadra vio la escena agazapada detrás de la ventana, protegiendo a sus hijos pequeños. Había gente corriendo por todos lados. Se escuchaban los tiros y los gritos: “Llegó la yuta, llegó la yuta”.
Eduardo giró en U y encaró de regreso hacia el descampado por el que habían entrado. “Ahí siento que me pega un tiro en la pierna. Avanzamos un poco más y sentí otro disparo más”. Una de esas balas le atravesó el tobillo derecho, la otra se le incrustó en el muslo y allí quedó. Cuando estaban por llegar al alambrado oyó, pegado a su oído, el grito de su amigo que también se escuchó en varias casas vecinas: “Ay, me dieron en el pecho”. “Yo sentí el impacto también”, contó el joven. La bala había dejado en el cuerpo de Javier un orificio de entrada y otro de salida. En el de Eduardo solo uno de entrada. Quedó alojada en el tórax, muy cerca del pulmón.
A Eduardo le hicieron varias placas radiográficas en la pierna y en el tórax.
Según la reconstrucción que hizo Eduardo, la distancia de tiro es de más de 50 metros. Un arma potente y un tirador entrenado. “Ningún vecino tiene esas armas y esa puntería”, dijo el sobreviviente. “A lo mejor nos apuntaron a nosotros porque éramos los únicos que íbamos en moto”.
Eduardo siguió acelerando y la moto cruzó el alambrado. “Hicimos veinte metros y mi amigo se desvaneció y se me cayó”. El joven retrocedió, cargó como pudo al joven herido de muerte otra vez en la moto y arrancó de nuevo. Acelerando con la mano derecha y con la izquierda sosteniendo el cuerpo de Javier llegó hasta el dispensario del barrio Ciudad Evita. Después, los dos fueron trasladados al Hospital San Roque. Javier ya estaba muerto.
Algunas horas después, con un sol ardiente sobre su cabeza, el joven volvió la escena del crimen.