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Infojus Noticias

8-1-2014|15:54|Caso Priscila Buenos AiresProvinciales
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La familia alquilaba una vivienda en la esquina de 161 y 49a

El día después del crimen de Priscila en el barrio Las Manzanas

Los vecinos están conmocionados. ¿Quién era la familia que subía el volumen para tapar los gritos en el 4965 de la calle 161? Los parientes dicen que la madre tenía un ensañamiento especial con la hija que mató.

  • El patio de la casa de Priscila, hoy al mediodía. Fotos: Leo Vaca
Por: Sebastián Ortega y Cecilia Devanna

Los vecinos del barrio Las Manzanas de Berazategui donde vivía Priscila, la nena que ayer apareció calcinada en un arroyo- tratan de atar cabos. Intercambian preguntas y respuestas tratando de reunir información y de explicar el macabro hallazgo del cuerpo de la criatura que hasta hace pocos días jugaba en el patio de su casa, a metros de ellos. Consultados por Infojus Noticias, todos coincidieron: Beatriz Silvana Lafuente, de 34 años, y Pablo Verón Visconti, de 30, la madre y el padrastro de Priscila, tenían muy poca relación con el resto de la gente del barrio.

Las Manzanas, en Hudson, partido de Berazategui, es una zona de casas bajas y la vegetación típica de los suburbios en verano: tilos, glicinas, santa ritas y ligustrinas. En la cuadra de la calle 161 al 4900 casi nadie conocía a Priscila. No tenía amigos en el barrio ni iba a la escuela en la zona. En los dos meses que vivió allí casi no se la vio en la calle. Antes vivía con su padre en Lanús. Según declaró su madre, la nena se mudó con ella a la casa de Las Manzanas por problemas de índole familiar.

La madre de Priscila y su padrastro llevaban cinco años en pareja y tenían cuatro hijos en común: dos nenas (de 4 y 3), un varón (2) y un bebé que falleció en noviembre: tenía cuatro meses cuando murió por asfixia. La autopsia señaló una obstrucción de leche en la tráquea. Priscila volvió a vivir con su mamá después de la muerte de su hermanito. Un familiar de Visconti definió a la madre como “una persona muy oscura" y dijo a Infojus Noticias que "lo influenciaba mucho a él", y que nunca había trabajado. Según la misma fuente, el trato de Silvana Lafuente con Priscila era “peor que con cualquiera". La mayor parte del tiempo mantenía a su hija encerrada en su casa: "Debe haber salido un par de veces nada más. Acá los chicos salen solos, es un barrio re-lindo, seguro y los hijos de ellas nunca salían de a uno, siempre de a dos o más”.

En la casa de Las Manzanas, Priscila vivía con su madre, su padrastro, los hijos de la pareja y otros cinco hermanos, algunos de ellos adolescentes con hijos. La gente del barrio la definió como “una familia emorme, con gente que iba y venía, nunca sabías cuántos eran”. “Ponían la música fuerte para tapar los gritos. Se escuchaban muchos insultos y amenazas de golpes si los hijos no hacían algo por las buenas”, contó el vecino de enfrente.

El sábado pasado Lafuente denunció la desaparición de su hija en la Comisaría de la Mujer de Berazategui. La causa quedó en manos del fiscal Carlos Riera, quien ordenó que se le tomara declaración a los vecinos del barrio. A través de estos testimonios “se pudo saber que Priscila era maltratada bruscamente con golpes de puño por parte de su progenitora a diario”, dice el informe policial. Patricia Argañaraz, una de las vecinas que declaró ante los agentes, contó que el 24 de diciembre al mediodía vio a la madre agarrando de los pelos a la nena en medio de la calle. “Le pegó un trompazo en la boca”, dijo la testigo.

Una mujer que vive en una casa lindera a la de la familia de Priscila, no recuerda si fue el viernes o el sábado a las 7.30 de la mañana, cuando salió al patio de su casa con su hijo pequeño. “Había olor a carne quemada”, contó y dijo, conmocionada, que eso le recordó a las quemaduras que ella mismo sufrió tiempo atrás en su cuerpo. La parrilla, improvisada con ladrillos semidestruidos -donde se cree que la madre de Priscila quemó el cadáver de su hija- está junto a la medianera de menos de dos metros que separa el patio de la casa de la nena con la calle 161 de Hudson, en Berazategui.

La casa esta mañana permanecía deshabitada. Por fuera, es una construcción de ladrillos, sin revoques ni terminaciones, casi sin ventanas y con un cartel de "Se vende". La familia de Priscila la alquilaba. A través de una media sombra se podía ver el patio: hamacas, un ténder roto con un short de Independiente, sillas playeras repletas de ropa sucia, un cochecito, y cientos de botellas de gaseosas descartables, aplastadas y embaladas en bolsas. Los vecinos iban llegando en grupitos y hablaban entre ellos, sin dejar de mirar esa vivienda. La mayoría de ellos había escuchado a los integrantes de esta familia gritar y pelearse, pero recién supieron quiénes eran los inquilinos cuando encendieron el televisor y conocieron los esbrosos detalles del crimen de Priscila.

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