Marcelo “Moki” Suárez es el testigo clave que declaró ayer en el juicio por el triple crimen de Rosario que terminó con la vida de tres militantes del Frente Santillán. El único sobreviviente de esa noche trágica de enero de 2012 estaba nervioso y en voz baja narró los hechos. Cuando tuvo que hablar del tirador dijo: “Está vestido de chomba rosada”.
—El que nos disparó era un hombre de 35, 45 años, gordito, petiso —dijo Marcelo “Moki” Suárez, el único sobreviviente del triple crimen de Villa Moreno.
—¿Podría identificarlo en esta sala? —le preguntó la fiscal Nora Marull.
—Sí —El joven de 21 años señaló a Sergio el “Quemado” Rodríguez, uno de los acusados—. Está vestido con chomba rosada.
El Moki es el testigo clave en el juicio por el triple crimen de Jeremías “Jere” Trasante, Claudio “Mono” Suárez y Adrián “Patom” Rodríguez. Los jóvenes, que militaban en el Frente Popular Darío Santillán, fueron asesinados la madrugada del 1° de enero de 2012 en la canchita de fútbol de Villa Moreno, en la zona sur de Rosario. El caso puso en agenda el avance del narcotráfico y la violencia en los territorios más vulnerables de la ciudad y las complicidades policiales en el negocio.
El sobreviviente estaba nervioso. Con frases cortas, en voz muy baja -por momentos inaudible-, narró los momentos previos a la masacre: “Estaba con mi familia en mi casa festejando año nuevo y le dije a mi mamá que me iba a saludar a mi suegra y a mi mujer, que viven en la canchita de Moreno”, contó. En Italia y Biedma, frente a un kiosco se encontró con sus amigos Jere y Patom y su primo el Mono. Pasaron por la canchita porque uno de ellos quería hacer pis y se sentaron un rato en uno de los banquitos detrás del arco. Por un baldío que conecta con el lugar, entraron “cuatro chabones”.
—Dónde está Andrés —preguntó uno de ellos. Estaba vestido con una chomba verde y blanca. Moki contó que en su mano derecha, paralela al cuerpo, sostenía una “mini metra”.
Jere, Mono, Patom y el Moki se quedaron en silencio. Cuando vio que el tipo de la metra levantó el brazo, el Moki escapó. “Corrí por el lateral y sentí muchos disparos atrás mio. Salté el alambrado y me quedé agachado. Cuando vi que no había más disparos salí y le avisé a mi primo”.
Patom había recibido cuatro balazos y estaba tirado junto al banquito, con las piernas cruzadas sobre su amigo Jere. La médica forense que le practicó la autopsia a Jere contó siete disparos –seis de ellos con orificio de salida-. El examen determinó que se encontraba “en actitud de huida”. El Mono había alcanzado a correr unos cincuenta metros antes de caer cerca del córner. Su cuerpazo de unos 120 kilos le había servido de escudo al Moki, que corrió delante suyo.
Después que relató la masacre, la fiscal le pidió que reconociera al tipo de la metra. El Moki señaló al Quemado. El imputado no se inmutó. Mantenía la mirada seria, de a ratos casi ausente. Mucho más flaco que en enero de 2012, cuando la policía lo detuvo en Entre Ríos acusado del triple crimen. Estaba sentado junto a sus defensores Carlos Varela y Adrián Martínez y los otros tres imputados: Daniel “Teletubi” Delgado, Brian “Pescadito” Sprío y Mauricio “Chupín” Palavecino.
Varela había intentado frenar el reconocimiento: “Cualquiera advierte que el que está al lado del abogado es el imputado. Además la fotografia de nuestro representado ha sido publicada hasta el hartazgo en los medios”. El tribunal -compuesto por los jueces Gustavo Salvador, Ismael Manfrín y José Luis Mascali- rechazaron el planteo. Aunque aclararon que no se trataba de un reconocimiento judicial si no que formaba parte del testimonio del sobreviviente.
Las pruebas clave
La fiscal expuso un video de las cámaras de seguridad del Hospital de Emergencias Clemente Álvarez de la madrugada de año nuevo alrededor de las 3.30, previo a la masacre. A esa hora el Quemado estaba ahí porque unos minutos antes habían baleado a su hijo Maximiliano Rodríguez, alias el Quemadito. Marull le preguntó al testigo si reconocía en ese video a la persona que le había disparado.
—Sí, es ese que está ahí entre dos de amarillo que lo sostienen.
En la imagen se veía al Quemado intentando entrar a la fuerza en el shock room donde atendían a su hijo. Para la fiscal, el reconocimiento del testigo y los videos son la prueba clave que demuestran que el Quemado fue a la canchita de Villa Moreno para vengar el ataque a su hijo, enmarcado en “la venta de drogas y la lucha por el territorio”. Se confundió de objetivo: en los banquitos detrás del arco estaban Jere, Mono y Patom, totalmente ajenos a la disputa narco.
“El fierro que mató a mis amigos”
El fiscal Luis Schiappa Pietra, que comparte la acusación junto a Nora Marull, puso una ametralladora sobre la mesa, frente al testigo.
—¿Esta es el arma que vos viste? —le preguntaron.
El joven se tapó los ojos con las manos y levantó la cabeza. Mientras se secaba las lágrimas contestó:
—Sí, es esa.
El abogado del Quemado le pidió al testigo si podía agarrar el arma y explicar cómo la llevaba la persona que disparó.
—¿Querés que agarre el fierro? —gritó el Mok —ese fierro mató a mis amigos, mató a mi primo.
En la sala hubo un murmullo. Uno de los familiares de las víctimas se descompuso y la sacaron de la sala. El juez rechazó el pedido del abogado y le pidió a un policía que custodiaba la entrada que represente la escena.
El testigo estuvo casi una hora en la sala. Los abogados defensores le preguntaron cuánto había tomado esa noche y le marcaron supuestas contradicciones con su declaración en la etapa de instrucción. Ante cada pregunta, el testigo se incomodaba un poco más. “Pasaron casi tres años, no me acuerdo bien”, gritaba de a ratos. Agotadas las preguntas, el presidente del tribunal le permitió retirarse. En una jornada extensa, que terminó pasadas las 21.00, también declarararon una vecina que vive frente a la canchita, el joven al que supuestamente buscaba el Quemado aquella madrugada y el ex jefe de la Policía de Rosario, el comisario jubilado Néstor Arismendi.
El juicio será intenso. Habrá audiencias todos los días y en doble turno. Se calcula un total de 20 jornadas en las que más de 80 testigos que pasarán por el estrado.