Los distintos trabajos publicados en INFOJUS NOTICIAS hasta el 9/12/2015 expresan la opinión de sus autores y/o en su caso la de los responsables de INFOJUS NOTICIAS hasta esa fecha. Por ello, el contenido de dichas publicaciones es de exclusiva responsabilidad de aquellos, y no refleja necesariamente la posición de las actuales autoridades del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos respecto de los temas abordados en tales trabajos.

Infojus Noticias

10-8-2013|14:43|Explosión Santa FeProvinciales
Etiquetas:
Todos los días a las 6 am llegan al lugar de la tragedia

Rosario: los bomberos que ya no pueden dormir

Desde el martes a la mañana Romina (24) no regresó a su casa. Con sus compañeros Leandro (24) y Leonardo (21), integra el primer equipo que llegó al lugar de la explosión. Los jóvenes son bomberos voluntarios que cuando no están removiendo escombros, pasan las horas en el cuartel dando una mano en lo que se necesite.

  • Leo Vaca
Por: Sebastián Ortega

Romina ceba otro mate y se recuesta sobre la silla del cuartel de bomberos voluntarios. Tiene 24 años, ojeras, las botas llenas de tierra y debe estar cansada: desde el día de la tragedia no regresó a su casa. “Nos vamos a quedar hasta que no haya más trabajo”, dice cuando acaba de terminar su turno en el centro de la catástrofe, después de horas removiendo escombros. En un rato tendrá que completar planillas, ordenar los uniformes y preparar los equipos para el grupo de relevo. Intentará dormir y regresará a las seis de la mañana para continuar la búsqueda de las siete personas que desde el día de la explosión están desaparecidas.

Romina Lobos es hija y nieta de bomberos. Junto con Leandro Leguizamón, de su misma edad, y Leonardo Prieto, de 21, participó del primer equipo de rescatistas que trabajó en el lugar de la tragedia. La mañana del martes los tres habían terminado con la guardia nocturna y estaban tomando mate cuando se sintieron la explosión. A quince cuadras de Salta al 2100, vieron temblar los vidrios del cuartel. Minutos después sonó el teléfono. Las sirenas se abrieron paso por la ciudad.

“Cuando llegamos lo primero que vimos fue una lengua de fuego que salía por la puerta del edificio de adelante”, cuenta Romina. En la calle se amontonaban hierros retorcidos, marcos de ventana y ropa que colgaba de los cables de luz. Algunos vecinos escapaban del lugar. Otros intentaban volver para rescatar a sus familiares. En el contrafrente una montaña de siete metros de escombros ocupaba el espacio donde estaba el segundo de los tres cuerpos del complejo edilicio. “Para nosotros eran dos edificios aislados, recién cuando volvimos al cuartel nos enteramos de que faltaba una torre”, dice Leandro.

Mientras un grupo rescataba vecinos de entre los escombros, los bomberos voluntarios realizaban un rastrillaje en los edificios linderos. El protocolo indica intentar abrir la puerta, y si está cerrada, tirarla abajo. No hubo necesidad. “Todas las puertas placa estaban arrancadas, parecía que las hubieran agarrado a hachazos”, cuenta Leonardo. En uno de los departamentos del primer piso el joven encontró muerta a María Emilia Elías, una chica de 28 años con síndrome de down.

“Perdimos la noción del tiempo” -dice Romina- “pasó todo muy rápido. Cuando nos quisimos dar cuenta ya eran las seis de la tarde”. A esa hora un grupo de diez personas los relevó. Romina y sus compañeros volvieron al cuartel y se quedaron en “apresto”: a la espera de lo que pudiera ocurrir. A la tardecita, familiares de los rescatistas se acercaron al cuartel y les prepararon la cena.

Esa noche Leonardo volvió a la casa donde vive con sus padres, se bañó y se acostó. Entre la guardia nocturna y el rescate había trabajado más de veinte horas seguidas. Estaba exhausto pero no podía dormir. Pasó veinte minutos tirado en la cama, después ya no dudó: se levantó, se vistió y enfiló al cuartel. Necesitaba estar ahí, con sus compañeros, preparado para regresar al lugar de la tragedia. “Desde ese día a casi todos nos cuesta dormir, estamos pasados de vuelta”, explica otro compañero. “Si fuera por nosotros estaríamos todo el día allá, trabajando”.

Desde el día de la explosión Romina come y se baña en el cuartel. Si su cabeza se lo permite, descansa un rato en la habitación de mujeres. A las dos de la tarde, después de terminar su turno de ocho horas en la llamada “zona punto de impacto”, vuelve al destacamento y sigue trabajando. Limpia las habitaciones donde duermen los bomberos que llegaron de otras ciudades, prepara uniformes y equipos para el siguiente turno. Su madre se acerca a visitarla. “Ya está curada de espanto”, se ríe Romina, cuyos dos hermanos menores también son bomberos.

Todos los días a las seis de la mañana el grupo llega al lugar de la tragedia. “Ahí abrimos camino removiendo escombros, hacemos pasamanos con baldes, cargamos materiales. Lo que sea necesario”, describe Leandro. En los ratos de descanso, los voluntarios les sirven comida y bebida. En un gacebo instalado en la esquina de Salta y Oroño, decenas de jóvenes ofrecen sandwiches, empanadas, facturas, chocolate, café y agua”. “Cada dos minutos alguien se acerca y te dice ‘¿querés comer algo?”, sonríen los bomberos. A media cuadra, otro grupo de voluntarios asiste a familiares y amigos que esperan noticias sobre los desaparecidos.

Hoy Leonardo cumple 21 años. El festejo que había planificado con familiares y amigos se canceló. Los tres bomberos están exhaustos y mal dormidos. Ya removieron más del 70 por ciento de los escombros, pero les queda un arduo trabajo en el lugar de la explosión. “Nos vamos a quedar hasta que no haya más que hacer” dice Romina. El cumpleañero agrega: “vamos a estar para lo que sea necesario, desde ir hasta allá a remover escombros hasta cebarle un mate a un compañero”.

Relacionadas